Ayer me fuí todo contento a ver a los Lori Meyers a Valencia. La ciudad colapsada con las malditas cenas de empresa, hasta que consigo aparcar en el carril bus (permitido a esas horas).
Después del subidón del concierto y de echar una buena charla con Noni Lori, salimos del local y... ¿ande estará mi carro?
En su lugar, había otro coche aparcado, ninguna pegatina, ninguna señal de violencia. Llamo a la grua. No tienen constancia de una recogida. Llamo media hora después. Idem. Vuelvo a llamar al rato. Ves a comisaría.
Efectuo la denuncia ante un señor garante de la ley que aseguraba que yo lo había aparcado en otro sitio. Tras unos dimes y diretes le convenzo.
El coche no era gran cosa. Es un VW Polo rojo, del año 99, gasolina, 97.000 kms, con el tubo de escape podrido y con el embrague jodido. En cuanto lo pusieran en marcha notarían un ruido del escape nada silencioso y que las marchas no entraban bien. También que tenía poca gasolina, y que el tapón del depósito iba con llave. A parte, habrán hurgado un poco, y habrán encontrado mis llaves, mi bufanda, mis discos de los Wedding, alguno de los Pixies, el último que me compré de los Magic Numbers, el de Wilco... Y lo que más lamento: mi maleta de pedales

Salí del ensayo, todo cargado con los trastos porque ahora tendría que estar grabando en el estudio. No tenía suficientes manos, había poco tiempo y dejé lo gordo que pude en casa. Allí en el maletero descansaban mis Boss, mi Rat, mi Big Muff... unos 500 € en cacharrines.
Lo más cómico del asunto, es que por la mañana fui a reservar mi coche nuevo que tendré esta semana que viene. La pena es que me costará más dinero, pues por poco que me dieran por mi Polo, algo sacaba para el seguro.
En fin, cuanto hijo de puta. ¿Para qué quieren un coche tan normal y corriente como el mío? ¿Acabará empotrado en algún escaparate navideño?
Y los demonios de la noche bajaron.